viernes, 31 de enero de 2014

11/11-11/13

LLUVIA

Llueve y me acurruco bajo la manta. Siento que me duele todo el cuerpo… pero aun así lo que más me agobia es lo que hay en mi cabeza. Siento que mis días están vacíos y que tengo la obligación de llenarlos con algo, pero solo para no sentir que estoy perdiéndome del todo.

Pinto y borro esbozos de un futuro que nunca saldrá de este presente que estoy viviendo. Pasan las horas y sigue lloviendo, me siento mejor que antes pero nunca llega la tranquilidad que espero. Si solo pudiera borrar la tristeza y toda la desesperación de ellas, de él… del mundo entero. Como la lluvia borra la tiza del asfalto. Y quizás así podría sentirme completa. Pero no… lo único que consigo es hacer crecer la mala hierba.

Nunca antes una lluvia fue más inútil.

VULNERABLE

Semana tras semana, no soy capaz de escribir. ¿Cómo poner dos palabras juntas? Sé que si me pongo a teclear… saldrá todo aquello que intento guardar bajo llave. Como ahora… no tiene sentido nada de lo que pienso, no tienen sentido ninguna de las soluciones que intento ponerles a mis problemas. ¿Cómo sufrirlo todo y que se agoten mis dolores de cabeza? A veces me gustaría transformar todo eso que llevo dentro en algo físico… porque las heridas de la piel se curan en un tiempo mucho más corto. Me pelaría las rodillas y los codos hasta sangrar si pudiera dejar de retorcerme por dentro. A veces, parece que todo está bien y de repente sin avisar vuelven los pinchazos en el estomago, los ojos se hinchan de la rabia, se seca la garganta y solo quiero alcanzar mi cama y enterrarme en el cojín, ahí todo es más llevadero. Huiré, sé que lo haré… ¿pero me garantiza eso que dejen de atormentarme las pesadillas? Pero sí, tienen que pasar… todo esto tiene que pasar un día u otro.

ESTUPIDEZ

¿Estupidez? Podría explicarla de mil formas diferentes. Yo misma, mis pensamientos, mi forma de sentarme en la acera a las 6 de la mañana. ¿Estupidez? Los recuerdos de algo que no valió la pena. La culpabilidad. ¿La estupidez? Huir sabiendo que el enemigo solo está en tu cabeza. Luchar y siempre conseguir una derrota. ¿Estupidez? Creer en algo que no existe. Intentos de comprender algo que no permite explicación. ¿Estupidez? Lamentarte, deshacerte en sollozos por algo que nunca tuviste, buscar algo que no podrás encontrar.

¿CUANTAS VECES MÁS?

Deslizo los ojos por las palabras y me pincho con sus espinas. Cuando crees que ya no volverás a herirte, aparece una certeza más profunda que te hace darte cuenta de lo lejos que puede llegar un sentimiento.

¿Cuántas veces más voy a creer morir? ¿Cuántas veces más me escocerán los ojos? Ya no sé cómo eliminar los grises de una paleta de colores que está repleta de ellos. Parece que no hay suficiente tiempo, ni suficientes kilómetros en este mundo que puedan devolverme una tranquilidad que lleva años enterrada bajo sábanas desgastadas por los nervios y el insomnio.

Ya no busco nada, pero la nada siempre parece encontrarme. Solo quisiera eliminar el más mínimo atisbo de recuerdo. Quiero borrar todo el tatuaje que una vez decidí hacer en mi memoria, si estuviera hecho sobre mi piel, me la arrancaría y aún así sé que dolería menos de lo que duele ahora.

Lo único que puedo hacer es preguntarme… ¿cuántas veces más?

ALGO PARA NO LEER

Me siento un poco inútil ahora, siempre tiendo a sentirme inútil con toda esta situación. Pero no me queda otra opción. Necesito hablar con alguien y no sé con quién. Sé que las tengo a ellas que siempre están ahí, a pesar de todo y de todos. Pero no puedo ser tan egoísta. Así que solo queda el papel…

Me recuerdas a la lluvia… Cuando la esperas, no cae ni gota. Pero cuando no la necesitas, cuando rezas por que salga un día soleado… va y cae un chaparrón. Sí, el tiempo es la mejor metáfora a todo esto. Todo siempre ha sido impredecible, inseguro, cambiante e irritante. Frustrante casi en todo momento.

¿Enamorada? Quizás, pero no puedo explicar por qué. No de alguien real, desde luego. Es una persona que hemos creado entre los dos, tus palabras y mi imaginación. Porque para ser sincera conmigo misma, debo admitir que no te conozco casi, no tanto como me gustaría, nunca me has dejado hacerlo… Lo que yo conozco es la cara que tú me has decidido enseñar, más parte de aquella que he descubierto por mí misma.

Todos aquellos primeros días… y luego Noviembre, odio ese mes ahora. Me molestan tantas cosas ahora, calles, lugares, canciones... Y después la primavera. Si tan solo hubiera elegido darme la vuelta, ahora sería distinto. Pero no, se me olvidó echar el freno de mano, me deslicé por la cuesta y me estampé de pleno. El día que me di cuenta de que… sí, ese día ya era demasiado tarde para recapacitar. Me encontré replanteándome mi vida por el motivo menos oportuno y sabía ya entonces que estaba mal.

Porque los tuve a ellos para aguantarme en mis peores caídas, me hicieron la vida más fácil. Pero de todas formas nadie será capaz de ponerse en mi piel. Como yo no soy capaz de ponerme en la tuya… sé que nunca llegaré a entender tus motivos, por el simple hecho de que cada uno somos diferentes y actuamos diferente. No creo que nunca llegue a odiarte aunque así sería más fácil. Como tampoco voy a poder evitar desearte lo mejor o preocuparme por qué estés bien.

No quisiera que todo quedara en un mal recuerdo, en alguna pesadilla. Solo quiero tranquilidad, un poco de tranquilidad.

SURCOS SOBRE LA PIEL

Profundos surcos sobre la piel, con manchas diminutas que marcan algo más que una simple imperfección, algo perfecto, un recuerdo. Unos ojos disminuidos, escondidos entre los párpados, miran fijamente un punto infinito y lloran. Al observar como las lágrimas caen por unas mejillas que han recibido más de un arañazo, más de unas cuantas bofetadas, te sientes absurdamente entristecido. Una mano temblorosa atrapa la gota colgada sobre la nariz, un poco curva. Una cabeza se agacha y los parpados se cierran con fuerza, tan solo durante unos segundos. Y una punzada de dolor traspasa tu garganta.

Te sientes miserable, tú con tu frescura inquebrantable ante una imagen arraigada en el tiempo. Parecen injustas las lágrimas que ves derramadas sobre el rostro de la anciana. ¿Cuánto más dolor puede soportar una persona? ¿Por cuánto tiempo el mundo seguirá dañando a ese frágil alguien?, te preguntas. Los años pasan y dejan fotos, cajas de recuerdos, anécdotas en labios conocidos y en boca de cualquier desconocido. Dejan también un enorme vacío en corazones, cicatrices que no se pueden adivinar más que en los ojos, muchos kilómetros de distancia y pérdidas insuperables. Un equilibrio, a veces, entre lo bueno y lo malo; pero también, a veces, una balanza estropeada. No entiendes bien por qué, pero la imagen te conmueve más que otras vistas a lo largo de tu vida. Quizás porque encuentras una incipiente rabia en tu interior, al saberte expuesto al sufrimiento hasta el fin de tus días. Quieres, inútilmente, prometerle a la mujer que no volverá a derramar una sola lágrima, que no se sentirá sola, que no tendrá que preocuparse ni un segundo más por ningún problema. Deseas entregarle un paquete de felicidad, con permanencia para toda su vida. Así quizás podrías asegurarte un futuro más esperanzador a ti mismo.

Pero al final, solo sigues caminando, avanzas y ahogas la tristeza que ha surgido.

EL LEÓN, LA MARIPOSA

Un día ella me dijo que no quería conocer el mundo si no era de mi mano. También lloró en mi hombro y en mi espalda. Dejé todo lo que yo era, y era mucho, mucho más de lo que soy ahora. Todo por ella. Me sonreía y yo me volvía manso y despistado. Desenvolví mi corazón cubierto de espinas y acero, lo dejé de la forma más vulnerable en sus manos. Y ella me lo ha quitado, ni siquiera se molestó en romperlo o devolvérmelo. Ahora está perdido en un lugar al que yo no puedo acceder.

Sigo esperando, esperando a ver su rostro asomado por el marco de la puerta. Pero ahí, tras esa madera roída tan solo hay oscuridad. Tendría que haberlo previsto, ella siempre ha vivido con ansias de libertad. Es una mariposa, bella y escurridiza. ¿Por qué no me di cuenta? ¿Por qué simplemente me quedé mirándola durante todos estos años? Posiblemente he tenido el poder de retenerla para siempre a mi lado y no lo he hecho, no… eso habría sido una aberración. Habría perdido toda su magnificencia en mis zarpas.

NO ES MI ÁRBOL

Aquella noche me perdí en el bosque, me he perdido ya tantas veces… Siempre en noches sin luna, siempre porque deseaba salir de ese estúpido claro de violetas. Me sentía perseguida aquella vez, perseguida por unos animales que provenía de mi interior, me obligué a correr y me precipité una vez más. Encontré un árbol donde acobijarme, un refuerzo, una especia de apoyo para aliviarme el miedo de la oscuridad. Me acurruqué junto a su tronco y observé las hojas, que tenían una forma demasiado extraña para mí. Yo sabía que aquel robusto e imponente árbol haría bien de mi guardián aquella noche, pero noté su corteza demasiado áspera en mi espalda, los pájaros de las ramas no me eran familiares, los ruidos eran irritantes y sentía un frío terrible. De repente quise volver a mí estúpido claro, quise rozar las flores y recostarme sobre mi árbol de siempre. Eché de menos las formas ovaladas de sus hojas, su extrañamente suave corteza, esos pajarillos a veces molestos que me despertaban por las mañanas. Quise también rodar por la hierba blanda de mi claro y no por la tierra fría de aquel lugar.

No pude dormir, pensando en que ya no podía volver al claro, a pesar de su familiaridad, pero tampoco podía seguir bajo aquel árbol extraño. Necesitaba seguir caminando, explorar y encontrar mi propio claro algún día, quizás con algún árbol, quizás con una palmera o un pino, pero primero necesitaba encontrar un nuevo claro en el que sentirme cómoda.

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