En el banco del parque había un libro olvidado.
Blanca, en su rutina nocturna de paseos improvisados, encontró aquel banco con el libro arrinconado sobre la roída madera. Curiosa se sentó a su lado y lo observó desconfiando de su desaliñado aspecto. Sin poder resistirse alargó su brazo y acarició la cubierta violeta. Sintió, por el calor que desprendía, que era un buen libro. Lo colocó en su regazo y abrió la solapa, encontrándose con una dedicatoria incomprensible y una firma nerviosa.